Sus dimensiones son espectaculares, motivo por el cual es considerado uno de los más grandes de la arquitectura gótica europea.
Además de por su grandeza, también destaca por su riqueza compositiva. Las tracerías de los ventanales, así como el variado repertorio de los capiteles, lo convierten en un espacio de parada obligada. De planta ligeramente trapezoidal, el claustro queda configurado por cuatro galerías y diecisiete ventanales apuntados, doce de los cuales rodean el patio central, mientras que los cinco restantes se disponen, de manera totalmente excepcional, abiertos a la ciudad haciendo de la galería sureste un mirador privilegiado. De los diecisiete ventanales, quince son distintos.
De forma totalmente atípica, se encuentra situado a los pies del templo por falta de espacio, lo que comportó el sacrificio de la fachada románica y la obligatoriedad de construir, en frente de ésta, la fachada gótica de los Apóstoles. En la parte contraria al mirador, se encuentran las puertas de comunicación con la canónica. Las dos renacentistas son las que más sobresalen, la Puerta de la Sala Capitular y, especialmente, la Puerta de Santa María la Antigua, considerada el mejor exponente de este nuevo lenguaje en tierras leridanas.
Al igual que la iglesia, el claustro fue cementerio y espacio de culto, donde miembros eclesiásticos, académicos, comerciantes o maestros de obra buscaron el descanso eterno.