El recinto fortificado que rodea la colina, con sus baluartes de defensa, murallas, caminos de ronda, túneles, etc., es el resultado de diferentes intervenciones llevadas a cabo en el contexto de los conflictos bélicos de época moderna y contemporánea. Sin embargo, no son las únicas estructuras defensivas que la ciudad de Lleida ha conocido.
La ciudad romana de Ilerda y la Larida musulmana ya estaban fortificadas. El hecho de tratarse de ciudades acrópolis las obligó a disponer de una ciudadela en lo alto del cerro y de murallas que rodearan el núcleo urbano extendido en sus vertientes mirando hacia el río Segre. Lo mismo ocurriría con la Lleida medieval, donde la muralla con diferentes torres y puertas aprovechó las estructuras andalusíes y las amplió tímidamente.
Sin embargo, la apariencia inexpugnable de la colina quedó en evidencia durante la segunda mitad del siglo XV en el marco de la guerra civil contra Juan II, con grandes desperfectos en todas sus defensas. Se impuso a partir de entonces la necesidad de mejorar la fortificación, necesidad que se haría del todo patente con la llegada de la época moderna y de la artillería pesada a nivel europeo.